Un monólogo interior es lo que sucede cuando usamos el lenguaje pero no usamos la boca, simplemente es pensar y escucharse a uno mismo, sin llegar a decir nada en voz alta”
Esa voz interior que nos acompaña durante toda la vida, con la que dialogamos y que, además, va narrando, retransmitiendo o incluso opinando sobre nuestra vida y acciones. Es como una pequeña emisora de radio que está siempre ahí, a veces con mejor programación, otras con más silencios, pero siempre pendiente de nosotros. Imagino que sabrás a lo que me refiero. Una brújula moral infalible a la que se le dio el nombre de conciencia, aunque probablemente el concepto sea anterior y ya encontremos figuras muy parecidas en la antigua Grecia e incluso antecedentes más remotos en las culturas egipcia, sumeria o babilónica.

Lo llamativo del estudio de Lœvenbruck es que, al parecer, no todas las personas tienen un nivel equivalente de monólogo interior y que hay incluso un porcentaje significativo de personas que no lo tienen en absoluto. Ni mi monólogo interior ni yo podemos imaginarnos la sensación de tener la mente en silencio, de no tener esta voz que nos acompaña en todo momento. Pero al parecer es lo que ha probado la ciencia: entre un 30% y un 50% de la población sí tiene esta voz interior, experimentándola en distintos grados, mientras que el resto no verbalizan internamente sus pensamientos, sustituyéndolos por imágenes, sensaciones o emociones. Este sorprendente hallazgo es relativamente reciente: fue el profesor de psicología Russell Hurlburt el que a finales de los 90 demostró esto, para su propia sorpresa y desconcierto.
Por lo tanto, la humanidad se divide en dos grupos muy diferenciados: los que piensan verbalmente y los que no. Lo curioso del caso es que los miembros de un grupo no pueden concebir en absoluto lo que supone ser del otro grupo: a mí me resulta imposible imaginar que la mitad de los seres humanos no tengan una voz interior y solo pensarlo me produce extrañeza e incredulidad. Para los del segundo grupo debe resultar todavía más increíble saber que hay muchísimas personas con una especie de mini-yo metido en sus cabezas que no deja de parlotear y les acompaña en todo momento. El que hayamos tardado no siglos, sino milenios en darnos cuenta de la existencia de esta diferencia demuestra lo inconcebible que es para unos imaginar lo que hacen los otros.
La doctora Lœvenbruck mide esta voz interior en base a tres dimensiones distintas: en primer lugar, si se trata de un auténtico monólogo o de un diálogo, ya que hay experiencias distintas al respecto. En segundo lugar tiene en cuenta la condensación o, lo que es lo mismo, lo parlanchina que resulta la voz interior, si se expresa en palabras y fragmentos o elabora oraciones completas e incluso párrafos. Por último, está la intencionalidad de esta voz interior, que en ocasiones está muy alineada con los temas que nos ocupan y preocupan y, otras, sin embargo, trae a colación temas que nada tienen que ver, aparentemente aleatorios. A priori, la ciencia no ha sido capaz de determinar si hay un modelo mejor que otro, pero sí que ha detectado la existencia de diferencias importantes. Las personas con monólogos interiores más intensos suelen tener mayores capacidades lingüísticas, tienden a ser más críticos y con más facilidad para la resolución de problemas. Por el contrario, quienes piensan de formas no verbales pueden tener un mayor nivel de pensamiento abstracto y capacidades mayores en otros ámbitos, como el pensamiento espacial o la expresión artística.
Para llegar a la conclusión del estudio Hurlburt tomó una muestra de 30 estudiantes y luego les pidió que describieran experiencias seleccionadas al azar. “Emergieron cinco características principales, cada una ocurriendo en aproximadamente una cuarta parte de todas las muestras (muchas muestras tenían más de una característica). Es posible que tres de esas cinco características no lo sorprendan: el habla interna se produjo en aproximadamente una cuarta parte de todas las muestras, la visión interna se produjo en aproximadamente una cuarta parte de todas las muestras y los sentimientos se produjeron en aproximadamente una cuarta parte de todas las muestras”.
FUENTE: robsy.net