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La música puede hacernos mejores: reflexiones sobre ética y estética por Diego Clares 

¿Puede ser la música buena o mala en un sentido moral? Más allá de su calidad artística y estética, ¿tiene sentido hablar de una melodía moralmente virtuosa o viciosa? ¿Puede la música hacernos mejores? 

Estas son algunas de las preguntas que podemos plantear sobre el tema que nos ocupa, entre otras muchas que surgen de una unión que ha sido, de hecho, muy problemática para los filósofos: la estética y la ética; lo bello y lo bueno. Esta compleja relación, aún discutida por en estética contemporánea, trae consigo también una larga tradición cultural en la que la música ha sido considerada de gran valor para la educación, especialmente gracias a la armonía. Este uso, sin embargo, no tiene por qué estar ligado necesariamente a una moral correcta o al bien. 

Peter Kivy plantea este problema al comienzo de su texto “Moralidad musical”, a partir de una famosa escena de la película La Lista de Schindler, en la que los soldados alemanes descubren una vivienda en la que se ocultaban judíos; mientras los soldados disparan, uno de ellos toca en el piano una pieza de Bach. 

La intención de esta escena es obvia. El conocimiento, el amor y la apreciación de las más sublimes obras musicales de la civilización occidental pueden aparentemente coexistir con, y de hecho acompañar a, los actos más crueles y bárbaros, imaginables” 

Música, emoción y moral 

Podemos imaginar que alguien perverso, de actitud despreciable, goza como nosotros con una pieza de música absoluta o pura. El propio Kivy señala que parece ridículo vincular los sonidos mismos a una concepción del bien o del mal. Si bien la música nos transmite emociones1, la moral no es solamente una emoción, sino un contenido mental, un juicio racional. Algo agradable no es necesariamente bueno, y algo desagradable no es necesariamente malo (tal asociación es conocida como un argumento o falacia ad misericordiam, es decir, una apelación a las emociones para conmover en lugar de razonar). 

Más aún, cuando hablamos de la ética como una reflexión sobre la moral y los actos, la emoción es un elemento especialmente cuestionable, que puede acompañar, pero nunca determinar las decisiones éticas. De este modo, la música, al usarse culturalmente para transmitir emociones, también puede acompañar al aprendizaje moral, vinculándose la música agradable con las buenas acciones. La práctica pedagógica se beneficia de ello. 

Pero esa relación es accidental. Es decir, cuando nos educamos vinculando la música a unos valores buenos, no lo hacemos porque la música en sí misma contenga esos buenos valores. No hay una relación de necesidad, sino que establecemos esa relación por costumbre. 

Entonces, ¿no es posible que la música absoluta tenga alguna relación propia y necesaria con la ética? ¿No habrá algún sentido en el que la música, por sí misma, nos pueda hacer mejores? 

Música y eudaimonía 

La ética, desde su origen clásico, se ha definido como la búsqueda de la buena vida, de una existencia plena y satisfactoria en el mundo, o un buen habitar. Este estado fue llamado “eudaimonía” (en griego, “buen espíritu” o “buen ánimo”). La ética se definió duramente mucho tiempo como la búsqueda de la eudaimonía, traducida a partir del latín como “felicidad”. 

Según Aristóteles, para alcanzar la eudaimonía es necesario desarrollar todas nuestras facultades lo mejor posible. No es un simple gozo, ni una felicidad superficial, sino también la perfección de las habilidades sociales e intelectuales y la conciencia de haber hecho todo lo posible para mejorar nuestra vida. Entre estas actividades también está el arte o la técnica, que Aristóteles define como aquello que puede ser de otra manera (véase su Ética Nicomáquea, libro VI, capítulo 4); es decir, que depende de la voluntad o el gusto. 

Pero la música también ha sido considerada por su relación con la armonía y el orden. Así la comprendía Platón, quien defendía su valor para la educación individual y política, como forma de aproximarse al orden y la armonía social. Posteriormente, otros autores también han defendido la importancia de la música para el bienestar, como el filósofo judío Ibn Latif: 

Después de la ciencia de la Geometría, viene la Música, que es una ciencia propedéutica que conduce a la mejora de las predisposiciones físicas, así como a la comprensión de algunas doctrinas intelectuales superiores” 

De este modo, aunque la música pura no puede determinar nuestros valores morales, es posible que conocerla y dominar la armonía mejore también nuestra vida, al igual que saber matemáticas o geometría nos proporciona herramientas para comprender el mundo y el orden vital en el que estamos inmersos. Al-Hasan Al-Katib consideraba que la música y la armonía de las esferas celestes guardaba una semejanza con las facultades humanas; Boecio distinguió tres tipos de música: mundana (de las cosas naturales), instrumental (mediante objetos artificiales) y humana (del alma y sus facultades). 

Reflexiones conclusivas 

Cuando la música nos empuja y disfrutamos con ella, cuando la analizamos y alcanzamos un gozo, tanto personal como social, mucho más elevado, somos mejores, pero no estamos alcanzando una verdad moral. Además, podemos disfrutar y mejorar nuestra vida con la música porque ya sabemos que es beneficiosa; pero en sí misma no puede usarse para justificar otras acciones, como decisiones ideológicas. La música pura no tiene ideas, pero nos hace mejores porque nos permite gestionar nuestras emociones y alcanzar un bienestar anímico o psicológico. Incluso, volviendo a las preguntas que nos planteábamos al inicio, podemos decir que la música es moralmente mejor, cuanto más perfecta resulta, cuanto más armónica es, cuanto más nos beneficia, en este sentido, su calidad artística. 

En esta breve exploración del tema, hemos visto que la música es más que un deleite: conocerla en detalle refuerza ciertos aspectos de nuestra vida. La música nos conmueve porque su armonía se relaciona con la armonía vital. Por ello, podemos estar de acuerdo con Nietzsche2 cuando afirma que “sin música, la vida sería un error” (2010, p. 39). 

FUENTE: filosofiaenlared.com

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