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Drogas y salud pública mundial.

Quisiera referirme ahora a una serie de mitos referidos a los efectos perjudiciales para la salud provocados por el uso de drogas en general, esto es, una serie de discursos generados desde el saber clínico-médico y luego difundidos en el ámbito de los medios de comunicación. De ninguna manera se trata aquí de soslayar el hecho de que, en determinados contextos, ciertos usos de sustancias psicoactivas son ciertamente capaces de producir un severo daño físico a nivel neurológico, cuyo necesario correlato es el daño social producido en términos de exclusión, segregación laboral, aislamiento, desintegración de lazos comunitarios y abandono general, observable en amplios sectores de la sociedad. El fenómeno de los junkies en Europa, como así también los niños que aspiran pegamento o fuman PBC –Pasta Base de Cocaína- en el Gran Buenos Aires, son manifestaciones concretas de dicho deterioro en el tejido social. Lo que se intenta problematizar son los discursos que se construyen en torno a los usuarios de drogas en general en tanto enfermos y la correspondiente estigmatización y segregación a la que luego se ven expuestos, particularmente cuando son tocados por el sistema penal. Como ya se ha enunciado, existen muy diversos tipos de uso de drogas, no todos de los cuales implican, necesariamente, un deterioro de la salud en términos clínicos. Asimismo, el discurso prohibicionista-abstencionista tiende a circunscribir su diagnóstico al uso de drogas ilegales, dejando fuera del análisis al vasto universo de las sustancias que se encuentran reguladas por el estado.

En este sentido, quisiera mencionar un estudio reciente, llevado adelante por la Organización Mundial de la Salud, que indica que el 12.4% de la mortalidad total del mundo se atribuye al uso de drogas psicoactivas, distribuidas de la siguiente manera: 8.8% a causa el tabaco, 3.2% por alcohol y 0.4% atribuible al conjunto de drogas ilegales. El mismo estudio evaluó la carga soportada por la sociedad debido a las muertes prematuras y a los años vividos con discapacidad mediante la creación de un indicador denominado AVAD (años de vida ajustados en función de la discapacidad), y halló que el 8.9% de la mortalidad mundial es atribuida al uso de sustancias psicoactivas, distribuidas en 4.1% debido al tabaco, 4% por causa del alcohol y 0.8% en relación al conjunto de las drogas ilícitas.

El cuadro [1] ofrece contundentes evidencias acerca de que la carga de mortalidad por el uso de sustancias psicoactivas, en su conjunto, es muy significativa: se trata de un 8.9% en términos de AVAD. Sin embargo, los hallazgos enfatizan que la principal carga de mortalidad es provocada por sustancias legales. El informe hace énfasis en las consecuencias nocivas que pueden producirse en el sistema nervioso por el uso de una sustancia, sin recaer en especial sobre las cualidades tóxicas de las sustancias. Más bien aquí se subrayan los patrones del uso de sustancias, y los mecanismos de psicoactividad y dependencia. Puesto que la dependencia se refiere a mecanismos por los que el uso se sostiene durante periodos prolongados de tiempo -multiplicando con ello las probabilidades de consecuencias nocivas de dicho uso- en el informe se pone especial atención en la neurociencia de la dependencia.