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5 lugares históricos abandonados en Medellín

Volver al pasado. La nostalgia del ayer revive entre edificios abandonados, ventanales rotos, fachadas manchadas, parajes solitarios. El peso del pasado aplasta el presente, cobrando el deterioro y el olvido.

Recorrido por cinco lugares icónicos de finales del siglo XIX y del XX de una Medellín en ciernes que apenas despertaba al modernismo. Viaje a esa Medellín que poco a poco, gracias a las primeras olas migratorias, cambió su aspecto rural por uno más urbano y citadino, impulsada además por un incipiente proceso de industrialización. Viaje al pasado, a la nostalgia que solo genera el ayer.

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1. Estación de talleres del Ferrocarril, un paraje de un pueblo fantasma
El Ferrocarril se convirtió en eje del desarrollo antioqueño en el siglo XX. Fue el sistema de transporte expedito para sortear la agreste topografía del departamento rodeado de sistemas montañosos sobre sus cuatro puntos cardinales.

La estación de talleres del antiguo Ferrocarril ubicada en Bello tiene trascendencia histórica no solo por el valor arquitectónico sino porque se convirtió en el corazón del Ferrocarril, donde se llevaron a cabo los procesos de aprendizaje y la transmisión tecnológica.

La locación evoca esa época del tren, de los vagones y los trajes de época. De los paseos a Cisneros cruzando el Túnel de la Quiebra en Santiago. Pese a ser una de las obras cumbres en el desarrollo de la infraestructura paisa, la vía férrea entró en desuso y el olvido implacable se tragó todo.

Ahora el patio de talleres parece una ciudad fantasma, con parajes desolados que generan la nostalgia propia de los recuerdos. La estación se convirtió en un cementerio de vagones oxidados, con la pintura descascarada y con grafitis en latas y paredes. Los vidrios rotos dejan filtrar la luz en dosis como manteniendo en la intimidad los misterios del pasado.

Partes de la maquinaria se encuentran dispersas en el sitio, aunque se han hecho esfuerzos institucionales por ordenar las piezas metálicas. Los años pesan tanto que las edificaciones parecen más un pueblo fantasma.

2. El Jordán, el último sobreviviente
La esquina del movimiento. Baños, baile, música, tiple y guitarra. Lecturas a viva voz, tertulias y encuentro de parejas furtivas. Hoy solo queda como punto de paso obligado hacia el occidente, aunque luzca ausente y extenuado.

El Jordán es el único ejemplo de paisaje suburbano de finales del siglo XIX que aún queda en pie. Antes de ser El Jordán era punto de tregua en el camino de los arrieros hacia Santa Fe de Antioquia, antigua capital de la provincia hasta 1826.

La casa de arquitectura tradicional construida en 1891, con muros de tapia y bareque, corredor con barandas de macana, teja de barro, patio interior, se convirtió en referente de las actividades lúdicas y recreativas cuando los medellinenses buscaban salir de la agonía que genera la ciudad. Ofrecía esparcimiento y sociabilidad superando ciertos límites morales.

El predio, que es propiedad del Municipio, refleja el paso del tiempo y la falta de mantenimiento. De la construcción original solo quedan los escombros y lo único que se mantiene en pie es su fachada, declarada Patrimonio Arquitectónico de la ciudad.

Con el fin de conservar este bien de interés para la ciudad, la Secretaría de Cultura, desde el programa Memoria y Patrimonio, inició el proceso de restauración que permitirá convertir la antigua edificación en una centralidad cultural para la comuna siete.

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3. Un Palacio de Nefertiti en Prado Centro
La rareza convertida en panteón. El Palacio Egipcio es una enigmática construcción en el corazón de Prado Centro, barrio histórico de la ciudad. Una torre de más de ocho metros adorna la construcción que además tiene en su ingreso siete enormes columnas seriadas con inscripciones faraónicas.

Fue construido en 1932 por el arquitecto Nel Rodríguez luego de un pedido del médico Fernando Estrada, un apasionado por la egiptología. El optómetra Estrada encargó la edificación de un templo egipcio que estuviera coronado por un busto de Nefertiti, la representativa reina esposa de Akenatón.

El Palacio, que ofició como colegio hasta hace tres años, tiene en su interior columnas seriadas con capiteles en flor de loto, inscripciones y grabados que rememoran la majestuosidad de esa cultura antigua.

En la cúspide de la torre más alta hay un observatorio astral con un telescopio gigante que fue saqueado después que la casa fue abandonada. En su interior tiene un patio grande y seis cuartos pequeños adornados con murales y grabados.

Ahora es habitado por un cuidandero anónimo que pasa su días entre faraones. “Les digo a mis amigos que vivo en el Palacio Egipcio y no me creen, me dicen que estoy loco”, afirma. El Panteón está en venta por una millonaria suma, es una rareza egipcia en pleno corazón de Medellín.

4. La casa de Mejía Vallejo
Una modesta residencia en la calle Perú, entre la Avenida Oriental y El Palo, estilo tradicional de las casas típicas de la calle Maracaibo, con zaguán, contraportón, patio interior, grandes espacios, ventanas a la calle, tiene un desconocido valor histórico.

Allí habitó el escritor Manuel Mejía Vallejo, miembro de los Panidas, y representante de la vertiente andina de la narrativa colombiana. Aunque su fachada fue pintada y restaurada hace pocos meses, la casa se encuentra en malas condiciones, con puertas y ventanas manchadas, y un interior desolado con columnas y baldosas quebradas.

En uno de sus textos, el escritor natural del municipio de Jericó, escribió como anticipando el futuro de su resguardo: “la ciudad fue perdiendo su carácter desde que empezaron a derribar las viejas mansiones del Centro y el ensanche general destruyó el colorido de las calles, sus aleros, sus ventanas arrodilladas”.

5. La Casa Betancur
Construida en la década de 1940 por pedido de Vicente Uribe Rendón, es ejemplo de la arquitectura doméstica del siglo XX. Fue el modelo de las primeras viviendas edificadas en las afueras del centro, específicamente en el occidente de la ciudad, gracias a los proyectos cooperativos para la clase media.

Su diseño incluye garajes porque el automóvil se incorpora a la clase media urbana en ascenso, conformado por empleados, ingenieros y profesionales que encontraron un entorno que se adecuaba a sus exigencias sociales.

Adoptó el nombre de Casa Betancur porque sus últimos arrendatarios fueron los propietarios de la Funeraria del mismo apellido.

Sufrió las consecuencias del abandono y del saqueo de los habitantes de calle mientras el municipio de Medellín realizaba la negociación para cederla a la Asocomunal Laureles.

En este momento es objeto de trabajos de restauración, de fachadas e interiores, para convertirse en centro de integración cultural para los habitantes de la comuna 11.

* Colaboración especial de Luis Fernando González, profesor de la escuela hábitat de la Universidad Nacional, sede Medellín.

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