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Las drogas y los irresponsables medios de Comunicación cómo El Tiempo

Las drogas y los irresponsables medios de Comunicación cómo El Tiempo

El tiempo escribió como cuál historia de terror:  ¨El consumo de esta sustancia (LSD) puede ocasionar convulsiones y llevar al suicidio. Tal vez, luego de sentir el sabor amargo y fuerte de la pequeña papeleta¨

EL LSD ES INSABORO… cuánta gente leyó ésto y ahora está mal informado ???

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Las ideas sobre el papel de los medios de comunicación, las drogas y las drogodependencias se suelen basar en un equívoco preliminar que debe deshacerse. Hay que diferenciar entre medios de comunicación social e informativos. Los medios de comunicación social poseen servicios informativos, pero gran parte de sus contenidos se encuentran al margen de lo periodístico. Tienen mucho más que ver con la publicidad, el cine o el entretenimiento.

La percepción del espectador no sólo recibe el flujo informativo –cuyo peso relativo en el proceso de formación de la opinión pública sobre el fenómeno de las drodogependencias es más bien escaso- y su contenido aséptico. De hecho, recibe impulsos mucho más intensos y certeros de los telefilmes o los reality shows.

Aunque así no fuera, los servicios informativos de una televisión o una cadena radiofónica o el contenido de la sección de Sociedad, Sucesos o Sanidad de un periódico han de estar ausentes de cualquier manipulación de hechos.

Los periodistas no tienen que contribuir a nada que no sea la verdad. Su papel es simple, claro y directo: contar lo que ven. Sin adulteraciones, sin caer en las veleidades de montajes de guerra psicológica ni propaganda política. Sin hacer héroes a los villanos, ni dios al estado. Su papel es sólo el de informar.

Limitando contenidos violentos, realizando programas televisivos o separatas en la prensa dedicadas a la prevención específica de las drogodependencias, o prevención inespecífica a través de la promoción de la salud o el deporte, se contribuye a reducir la carga social de las drogodependencias. Pero nadie tiene el derecho de pedirle a un periodista que deje de contar lo que ve, que deje de informar en aras de la salud pública, porque ése es su compromiso.

Al otro lado del espejo de la parrilla de programación, los espacios de entretenimiento o salud, por ejemplo, sí pueden estar sujetos a las condiciones de un auténtico contrato social.

Es insoslayable la responsabilidad de aquellos que vierten contenidos masivos a amplios sectores de población, y la necesidad de que esos contenidos se ajusten a un pequeño pero concreto catálogo de principios sociales. El periodista no puede plantearse si detrás de una información sobre hábitos de vida saludable (colaterales a enfermedades como la diabetes o el colesterol) está realizando prevención de las drogodependencias. En otros momentos, tendrá que informar sobre hechos que pudieran ser contrapreventivos, y no por eso va a dejar de contar lo que es noticia.

Si Sito Miñanco ha sido visto conduciendo un coche de lujo y entrando en una mansión de su propiedad, eso puede ser noticia y claramente puede animar a otras personas a hacerse traficante de droga para alcanzar ese nivel de vida. Por eso no se va a dejar de informar.

El periodista que realiza contenidos para programas divulgativos no informativos (es decir, estamos diferenciando el Telediario del “Más Vale Prevenir” o del actual “Saber Vivir”), debe recibir formación específica en prevención de drogas.

Al igual que es el educador, o el maestro, el que se encarga de los contenidos de la prevención de las drogodependencias y de la promoción de la salud o los valores en el aula y no se admiten intromisiones foráneas, debe ser el profesional de la comunicación el que –con los conocimientos necesarios– diseñe los contenidos, cómo y cuándo deben ofrecerse. Eso no implica que no cuente con asesores especialistas en drogas o psicólogos para la mejor efectividad del mensaje.

CREACIÓN Y DIFUSIÓN DE ESTILOS DE VIDA DESDE LOS MEDIOS

Está claro que la sociedad occidental promueve un conjunto de valores que a su vez se traducen en estilos de vida más o menos homogéneos. En los últimos años, hemos asistido a cómo una parte cada vez mayor de los contenidos se dedican a la preocupación por la salud. El problema de los estilos de vida es que están sujetos a los cambios. Son modas. Varían con más facilidad que los valores, y por tanto las estrategias preventivas deben apoyarse menos en ellos a largo plazo.

Una parte de la moda urbana actual ha sido creada como un complemento dentro del marketing de los narcotraficantes modernos. Las drogas de síntesis van unidas a la música dance al igual que en los años sesenta, la música psicodélica se asoció al LSD o la canción protesta al cannabis y al movimiento hippy. El Estado debe aprender de esta estrategias desarrollando contra-marketing. Tiene que buscar la forma de eliminar del todo la conexión de modas como la de los piercings, tatuajes, el skateboard o el jumping con el uso de drogas de síntesis. Cómo hacerlo queda a la imaginación, al trabajo y a los recursos económicos.

20608136La diversión no tiene por qué ir unida al abuso de drogas, aunque el uso sea placentero. La educación para la salud no debe ocultar el hecho de que la gente joven consume drogas porque les produce placer. El fenómeno más reciente del “botellón” no hace más que confirmar que los grupos juveniles buscan parar el tiempo de ocio juntos y recurren en parte al uso de drogas legales como al alcohol como alternativa a no saber qué hacer con el tiempo de ocio y como una respuesta económica a los locales que ofrecen música y copas a precios elevados. Sin embargo, los poderes públicos dan una pobre respuesta a esta demanda de uso adecuado del tiempo libre: más represión que alternativas sigue siendo la misma respuesta que hace treinta años.

El tema plantea otras cuestiones más controvertidas, como si es correcto que los medios detallen cómo se utiliza, por ejemplo, el crack, aún dentro de un reportaje crítico sobre las drogas. Según el receptor, el mensaje puede calar creando inseguridad, desasosiego, morbo, curiosidad o temor. Lo mejor en esos casos, más que hablar de drogas, es referirse a propuestas alternativas, a nuevos estilos de vida. Sus resultados pueden ser más positivos.

El tratamiento de las drogas en los medios ha cambiado. Y ha sido por un esfuerzo del periodista. La información sobre drogas en los diez últimos años ha pasado de las secciones de Sucesos a las de Sociedad-Sanidad. Se ha alejado así el problema de las drogas de la asociación conceptual con la delincuencia y se ha acercado a la enfermedad. Es algo que se verifica en el lenguaje utilizado: de la “drogadicción” o “toxicomanía” se ha pasado a utilizar más otro término, “drogodependencia”. Y eso que la sociedad está imbuida de por sí en una serie de mensajes o vocablos que se deberían poner en entredicho: se habla de “lucha contra las drogas”, ya de por sí una idea negativa pero que todos asumimos desde hace años.

Hasta tal punto llega la actitud comedida del periodista en este fenómeno social que existe un pacto de silencio cuando se decomisa un alijo y cada vez más se obvia el valor que la droga alcanzaría en el mercado, para así no animar a futuros narcos. Cada vez más se habla de “equis millones de dosis”, en vez de que “la droga hubiera alcanzado en el mercado un valor de tantos millones de euros”.

http://www.ull.es/publicaciones/latina/2001/latina45diciembre/4511hernandez.htm