“Con tal sólo dos años se separa a la cría elefante de su madre pese a que todavía depende de ella. Luego les “enseñan” a pintar, a jugar al fútbol, a tocar música o lo que pidan los visitantes.”
Tailandia cuenta con casi 4,000 individuos en cautiverio y su número aumentó un 30% en 30 años. Los elefantes son separados de sus madres, golpeados y a veces privados de comida en Tailandia; son domesticados por la fuerza antes de ser vendidos a centros turísticos que se hacen llamar “santuarios” para atraer a los viajeros concienciados con el maltrato animal. Se adiestra a la mayoría de los paquidermos que acaban en estos “centros de rescate”. Los desestabilizan para someterlos al cornaca o mahout, es decir el domador, y obligarlos a interactuar con turistas.
Lo más impactante es que los atan, a veces los privan de comida y con frecuencia les pegan con palos o un gancho de metal para que obedezcan las órdenes. Desde la prohibición de su explotación en la industria forestal hace 30 años, los elefantes y los cornacas desempleados se han pasado al turismo de masas. Una vez entrenados, los elefantes tailandeses se venden por hasta 80,000 dólares, una inversión colosal que hay que rentabilizar. Una tarea fácil para los parques de atracciones, como el de Mae Taeng, cerca de Chiang Mai (norte), que acoge hasta 5,000 visitantes por día.
Muchos refugios y santuarios ya no ofrecen este tipo de paseos, boicoteados cada vez por más turistas occidentales. Pero la mayoría, en Tailandia, ofrece una actividad igualmente polémica: bañarse con el animal. El objetivo es colocar al visitante lo más cerca posible del paquidermo para que tenga la sensación de que rentabiliza la entrada. Por eso se le deja alimentarlo, cepillarlo y cuidarlo. Una vez que se va, el viajero no ve el lado oscuro: en algunos “refugios” los elefantes están encadenados durante horas, se les obliga a dormir sobre hormigón y están mal alimentados.
Fuente: ngenespanol.com