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De dónde viene nuestro sabor afrolatino? Afrika feat Colombia!

En 1518 atracó en Cartagena el primer buque cargado de esclavos, luego de que el rey español Carlos V autorizara ese año la introducción de africanos para labores pesadas en América. Desalojados de sus tribus en Angola, Senegal, Guinea y Congo, por traficantes portugueses, ingleses y flamencos, fueron traídos a Cartagena y Mompox, pero también ilegalmente al Pacífico y a Santa Marta, entre otras regiones.
Durante 355 años se mantuvo el tráfico de personas y al país llegaron cerca de 200.000 africanos que hablaban en 70 lenguas diferentes y ayudaron a los españoles a bogar por los ríos, demostraron su conocimiento en la ganadería, y sostuvieron la economía nacional gracias a su explotación del oro y el cultivo del café. Pero su legado fue mucho mayor que eso. Nunca abandonaron a África. Y transformaron la cultura entera del país silenciosamente.

Giovanni Córdoba, director del Centro de Documentación de las Culturas Afrocolombianas, con sede en Quibdó, explica que el aporte del conocimiento africano fue alto, contrario a lo que ha establecido la historia.

Los traficantes traían africanos especializados para ofrecerlos a los comerciantes a un mayor precio: había agricultores, mineros, médicos, navegantes. Incluso, las primeras chapoleras del café fueron de Abisinia, Etiopía

. Esas etnias, que dominaban los oficios, trataron de salvar su tradición. En el Pacífico abundan los ritmos venidos de África. En el Caribe hay mezclas, pero predomina lo africano.

A pesar de que fueron separados para que olvidaran su lengua, lograron preservar palabras que ahora son parte del idioma, como biche, tango, banano, ñame, marimba, samba, guarapo, tanga (vestimenta pequeña), vudú, cola, chimpancé, ganga (viene de un pueblo africano que vendía dos esclavos por el precio de uno), conga, safari, mucama, dengue, currulao, chéchere, burundanga, ñapa, candonga, mondongo, caramba y, según Juan de Dios Mosquera, de las Comunidades Afrocolombianas Cimarronas, también ajiaco, que es una sopa que se toma en África y cuyo origen se atribuye a buena parte de los países del Caribe. Hasta chévere es una palabra africana de origen nigeriano.

Sin embargo, su mayor aporte fue musical. Obligados a servir a los europeos en sus haciendas, escuchaban la música que provenía de Europa y luego la reinterpretaban en sus comunidades con el instrumento que tenían a mano: el tambor. El músico Yuri Buenaventura explica que danzas sofisticadas como la contradanza fueron adaptadas a la historia del desarraigo africano, que estaba ahí, como el sonido de un río. No podemos entender la música de Colombia sin entender su historia. Las maracas son el aporte indígena y tenían un sentido sagrado, y los versos y elementos melódicos son europeos. Pero la columna vertebral de toda la música colombiana viene del ritmo que le dio el tambor. Todos los géneros nacionales fueron influidos por este elemento marginal.

Ante su imposibilidad de acceder a los instrumentos de la época, como el clavecino, el violoncelo o el violín, la población afro reconvertía lo europeo en danza y fiesta con ritmo. La música se convirtió en su manera de exorcizar sus problemas. Los criollos marginados y los indígenas siguieron los ritmos, porque sentían el mismo desarraigo, insiste Buenaventura. De ahí nace también el vallenato.

El negro ha sido discreto con la música. La ha revitalizado, pero no ha hecho alarde de ello.

Pero su alegría se convirtió en mapalé, aguabajo, currulao, juga, chirimía, bullerengue, cumbia (su origen parece estar en el rey de cumba, de la etnia mandinga en el Congo. Allí significa gritería. Además, ‘nkumbi’ es tambor), vallenato, tambora, bambuco viejo, bunde, mazurca, alabao, puya, porro, la música con caña de millo o la que tuvo influencia por tamboras como el sanjuanero o la rajaleña.

Colombia tiene muchas flores. Pero la tierra que sostiene el jardín es el tambor africano -remata Yuri Buenaventura-. Cuando los jóvenes descubrieron que el rock venía de la música negra y entendieron que se podía cantar en español, volvieron a los tambores y a sus orígenes. De ahí han nacido grupos como Superlitio, La 33 o Mojarra Eléctrica, que retoman lo que ya era nuestro.

En las lenguas también hubo aportes, a pesar de que fueron casi totalmente extinguidas. San Basilio de Palenque y San Andrés y Providencia conservan el palenquero y el creole, respectivamente. Antropólogos como Rogerio Velásquez, Aquiles Escalante y el también escritor Manuel Zapata Olivella son vitales para el país, así como el aporte en la literatura de Candelario Obeso, Juan José Nieto y Alfredo Vanín, entre otros. El deporte nacional se nutre de afrocolombianos. El Carnaval de Barranquilla retoma las rivalidades de las tribus africanas y habla de congos que luchan y bailan en medio de animales de la selva como monos y tigres.

Los cantantes más sonados de Colombia en el exterior han retomado las raíces de la música afrocolombiana. El teatro actual afrocolombiano, en el que se tocan temas como el desplazamiento y la violencia, está evidenciando una realidad poco sonada en otros escenarios.

Un total de 11,6 millones de colombianos son afrodescendientes. A pesar de que representan el 27 por ciento de la población nacional siguen sin ser tenidos en cuenta por la publicidad o la televisión, salvo en papeles que repiten los arquetipos. Por eso cae bien la celebración que hará el Ministerio de Cultura este miércoles 21 de mayo en el inicio de la semana de la Diversidad (evento mundial) y de la Afrocolombianidad (con actividades y fiestas en el nivel nacional), en homenaje a que el 21 de mayo de 1851 se proclamó la abolición de la esclavitud. Hoy, 157 años después, es hora de entender que la cultura de la Nación fue transformada por los afrodescendientes y que el país se nutre de su legado.

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