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De indigentes a vigias ambientales. Una solución social de seguridad y bien común en Bogotá

De indigentes a vigias ambientales. Una solución social de seguridad y bien común en Bogotá

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Cuatro veces a la semana, estas personas se dan cita en la Casa Museo Jorge Eliécer Gaitán, ubicada en la calle 42 con carrera 15, cerca a la zona del río. Allí estacionan sus carretas y escuchan las instrucciones de los ‘profes’, un equipo de cuatro psicólogos, un trabajador social, un artista y un exhabitante de la calle que acompañan el proceso. Mientras tanto, cambian sus ropas por uniformes verdes que los identifican como vigías ambientales.

Su recorrido empieza allí y continúa por distintos sectores de la localidad. Durante cuatro horas recogen, en grandes bolsas negras y verdes, todos los residuos que van llegando al sector, bien sea porque el agua los arrastra de otras zonas de la ciudad o porque los transeúntes los arrojan. También limpian la hojarasca proveniente de los grandes árboles que complementan el paisaje. El resultado: entre 20 y 30 bolsas semanales con residuos orgánicos y reciclables clasificados que las empresas de aseo se encargan de recoger.

“Se busca capacitar a los indigentes en actividades de recuperación y conservación de la naturaleza -señala Jorge Luis Mejía, coordinador del proyecto, quien junto a su equipo se dedicó a realizar brigadas de búsqueda para convencerlos e invitarlos a participar-. Lo que se pretende con este trabajo es que la comunidad cambie sus prejuicios frente a ellos”.

Aun sin uniforme, estos ambientalistas callejeros no tienen problema en realizar su labor de vigilancia cuando sorprenden a vecinos con desechos ‘mal parqueados’. Fue lo que le pasó hace varias semanas a Josefina Plazas, vecina del sector: “Ese día saqué la basura cuando ya había pasado el camión recolector y la puse sobre la calle, al lado del río. En eso, se me acercó un habitante de la calle. Yo pensé que venía a buscar entre las bolsas, pero muy amablemente empezó a ‘jalarme las orejas’, y me explicó por qué debía ayudarle a cuidar el lugar”.

Aidé Solís vive hace 25 años en el barrio Palermo y es dueña de una cafetería. Ella es testigo de que el aspecto del lugar cambió notablemente: “Con la suciedad del río y de las calles sentíamos que la cuadra era insegura. Ahora, todo se ve limpio y en orden. Yo los animo para que continúen trabajando y les reemplazo el vicio por tinto, que les regalo cada vez que pasan”.

El resultado es una convivencia pacífica, que da frutos en la conservación y limpieza del río, pero que sobre todo ha generado lazos de amistad y solidaridad.

Bernardo Pérez, un indigente conocido como ‘Don Berna’ recuerda la ocasión en que la Policía quiso desalojarlo a él y a su familia del ‘puestico’ que ha ocupado por mucho tiempo a orillas del río. “Casi 20 personas salieron a defendernos y no permitieron que nos sacaran de ahí. Le contaron a la ‘tomba’ lo bueno de nuestra labor y lo mucho que nos querían”, relata.

Al igual que los residentes del sector, también estos indigentes tienen nuevas percepciones: ahora ven la vida como una calle de sentido único, donde solo se puede seguir adelante.

De la mano de las capacitaciones ambientales han recibido talleres sobre autoestima y convivencia pacífica y han entendido que el cuidado del entorno empieza por ellos mismos. Incluso, la mayoría coincide en que tener un trabajo digno y sentirse productivos les ocupa la mente.

Luis Vallejo confiesa: “Yo he reducido el consumo de vicio y estoy aprendiendo a reparar teléfonos”.

Diomedes Velásquez asegura que ha dejado el alcoholismo y que ahora hasta se preocupa por su higiene: “Ya no siento rechazo y eso me da ganas de vivir”.

Además, el programa les paga 8.500 pesos por cada jornada de aseo, es decir, unos 160.000 pesos mensuales. Con este dinero, muchos han podido pagar diariamente su habitación y alimentarse. Otros aseguran que la bendición de tener un trabajo los dignifica porque “no se sienten como un peso para la sociedad”.

Saben que esta actividad finalizará en los próximos meses, pero muchos ya hacen proyectos para que el ‘parchecito’ siga unido y trabajando. Con tesón, quieren demostrar que necesitan apoyo y, por qué no, lograr que una empresa de aseo los contrate.

Lizeth Salamanca Botía Redacción Huella Social