
La sequía extrema que golpeó la Amazonia entre 2023 y 2024 dejó una escena imposible de ignorar: más de 200 delfines muertos en el lago Tefé, peces atrapados en lagos aislados y un ecosistema entero colapsando por temperaturas que superaron la tolerancia de la mayoría de especies amazónicas. El agua llegó a calentarse tanto que el lago se tiñó de rojo por el cambio de pigmentación de las algas, mientras los delfines, incapaces de huir, simplemente se quedaron hasta que su cuerpo no dio más. Para los investigadores, el calor, la falta de oxígeno y el rompimiento de los ciclos reproductivos crearon una tormenta perfecta que arrasó con la fauna acuática.

Moverse por la región también se convirtió en una pesadilla: trayectos que antes tomaban tres horas pasaron a tardar diez, y comunidades enteras quedaron sin transporte, sin agua y sin comida. Más de 420.000 niños no pudieron asistir a clases y cientos de escuelas y centros de salud quedaron aislados por el bajo nivel de los ríos. Lo que se vio en 2023 no fue un evento aislado, sino la expresión más dura de una tendencia que avanza desde hace décadas: un calentamiento sostenido, deforestación, ríos que se secan más rápido y lagos que pierden hasta el 75% de su extensión.