
Hay algo en su textura sonora que no se puede explicar con facilidad. Es una especie de ritual sónico que se desliza entre sombras, reverberaciones heladas y un groove que no es terrenal. No es techno para todos. Es un viaje para los que entienden que bailar también puede ser un trance, que el sudor en el club tiene algo de sagrado cuando se conjura con las frecuencias correctas.
Linell no necesita presentaciones largas en los círculos del techno más purista. Antes conocido como Abdullah Rashim, este productor sueco ha ido construyendo su universo sonoro desde lo profundo, sin ceder a modas ni algoritmos. Desde su sello Northern Electronics —convertido en un templo para los sonidos más experimentales del norte europeo— ha sido uno de los arquitectos de ese techno introspectivo, minimalista y, a la vez, brutal.

Escuchar a Linell es como caminar por un bosque escandinavo en medio de una tormenta eléctrica: la atmósfera es densa, eléctrica, y cada sonido parece tener vida propia. Lo suyo no son los drops fáciles ni los loops que buscan agradar. Lo suyo es tensión. Construcción paciente. Paisajes sonoros que te atrapan sin darte cuenta, y cuando menos lo esperas, ya estás dentro de su mundo, moviéndote sin pensar, casi en estado hipnótico.
Hay sets en los que no pasa nada… y otros, como los de Linell, donde todo se transforma. El tipo puede construir una narrativa con cuatro elementos. Kick, hi-hat, textura y silencio. Y aún así, dejarte sin aliento. Su música se mueve entre lo orgánico y lo sintético, como si estuviera hecha con máquinas que respiran, como si cada track tuviera su propio pulso. Uno oscuro, irregular, pero adictivo.
En un panorama global donde el techno se ha vuelto en muchos casos predecible, Anthony Linell es un recordatorio de que aún hay artistas que lo entienden como un lenguaje. No como una fórmula. No como un producto. Y eso, en pleno 2025, es casi revolucionario.
Ponte unos buenos audífonos. Apaga las luces. Dale play a “A Sense of Order” o a cualquiera de sus lanzamientos en Northern Electronics. Vas a entenderlo. No se trata de entender con la cabeza. Se trata de sentir. De perderte un rato en el ruido. De recordar por qué amamos esta música.
Su sonido susurra, respira, vibra. Es el eco de un templo invisible, de una cueva nórdica donde se celebra el techno como rito, no como moda. Y tú estás invitado a entrar. Si te atreves.