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Alborada, un espectáculo que genera dolor

Alborada, un espectáculo que genera dolor

Alborada, un espectáculo que genera dolorUna práctica iniciada por narcos y paramilitares se extendió a todo el Valle de Aburrá. Cada medianoche del 30 de noviembre. En la alborada de 2011 sufrió quemaduras leves una niña de 13 años en los límites entre Itagüí y Medellín. A la menor le estalló un volador cerca del rostro. En el barrio San Francisco, de Itagüí, un hombre de 27 años sufrió la amputación de dos dedos y la semiamputación de un tercero, de la mano derecha, al estallarle un taco que manipulaba, reportaron las autoridades esa noche.

RECLAMO DE LOS POLVOREROS. IVÁN BEDOYA Asociación Polvoreros de Caldas . “Lo que hacemos es un arte y no hemos sido valorados por las autoridades. Hemos venido acatando las recomendaciones que nos han dado y las venimos cumpliendo con el firme propósito de que nos legalicen y se nos permita trabajar en los lugares adecuados”.

Desde hace 9 años, la alborada quedó arraigada con el evento popular de bienvenida a diciembre. Nació con los paramilitares y el pueblo lo volvió un show que desata tragedias.
Todas las miradas y opiniones conducen a una conclusión: la quema de pólvora es más el daño que produce que el placer que genera, y las principales víctimas son los inocentes, los niños.

Y quién lo creyera, los animales también ponen su cuota de sufrimiento. Para ambos, un evento en particular se volvió traumático por las secuelas que deja, muchas veces irreparables, pero que a pesar de ello cada año gana más fuerza en el Valle de Aburrá: la alborada.

Ocurre a la medianoche del 30 de noviembre, cuando el flash del tiempo cambia a diciembre y se marca el inicio de la Navidad, temporada que siendo de paz y alegría, también es ocasión para inundar los cielos con voladores y papeletas.

Espectáculo y tragedia
Casi una hora dura la alborada, tiempo en el que, al unísono, se oye el tronar de toneladas de pólvora. Muchos salen a quemarla, pero otros invaden calles, terrazas y balcones para gozar el show, la ciudad plagada de luces y estallidos.

Las alboradas nacieron en 2003, cuando los jefes del Bloque Cacique Nutibara de las Autodefensas, lideradas por Diego Fernando Murillo, alias “Berna”, celebraron con sus militantes con cientos de voladores y papeletas celebrar su desmovilización.

Y no fue poca la cantidad. Los mismos capos repartieron su arsenal en los barrios populares, especialmente en las comuna 8 y 13. Una demostración de poder que quedó arraigada en la ciudad, se extendió al Valle de Aburrá y prácticamente cada medianoche del 30 de noviembre, el cielo se pone gris por las cantidades tan alarmantes que se queman. No obstante, en municipios como Bello desde tiempo atrás cientos de personas han celebrado con comparsas y voladores la llegada de diciembre.

El elemento más curioso de las alboradas es el sentido de las celebraciones traquetas, la estética narco que viene de los 80 para celebrar la llegada de un cargamento, tirar pólvora desaforadamente para enmarcar sus actos, incluso cubrir acciones violentas”, opina el antropólogo Gregorio Henríquez.

Es curioso que una ciudad todo el año marcada por violencia, inicie la temporada de recogimiento con una actividad violenta, “es un hecho también de rebeldía, muestra de una fuerza oscura que aún predomina”, añade.

El control
Controlar la quema de pólvora es de lo más complejo para las autoridades, admite el general Yesid Vásquez, comandante de la Policía Metropolitana.

Por eso recalca en la prevención: “Se va a controlar y vamos a incautar toda la que podamos y destruirla, pero invitamos a la reflexión: a que los padres no les dejen pólvora a los niños, que son los perjudicados”.

El oficial afirma que la quema de este elemento hace parte de la cultura colombiana, “pero hemos tenido situaciones muy dolorosas por su culpa, pese a la prohibición”.

Mejor invita a que no se bote la plata en papeletas y voladores sino en darles regalos a niños pobres, “darles sonrisas en vez amarguras”.

Las peores heridas
Navidad, además de alegría, ya es sinónimo de sufrimiento. Y la culpable es la pólvora. Las unidades de quemados de los hospitales suelen casi colapsar la noche de la alborada.

Un médico del hospital San Vicente Fundación dice que las heridas con pólvora suelen ser graves, “porque producen desprendimientos en las abluciones de la piel, y suelen ser profundas por efectos de la onda explosiva”.

Marcela Díaz, médica de una EPS, añade que siempre son heridas contaminadas y son peores que una quemadura con otro elemento, “porque a la pólvora le mezclan muchas cosas para que suene duro”.

Recalca que son quemaduras de segundo y tercer grados, que desgarran tejidos, generan mutilaciones y pueden llevar a insuficiencias renales que ocasionan la muerte.

“Fuera de esto están las secuelas físicas, económicas y sicológicas, porque son pacientes que deben permanecer hasta seis semanas en una unidad de quemados, que es costosa, y requieren tratamientos fuertes, con injertos incluidos”.

Víctimas silenciosas. Perros, gatos, loros, tórtolas, equinos y demás, también sufren las consecuencias de la alborada y en general de la Navidad, cuando se quema pólvora por cantidades. El médico veterinario Yáder Corredor explica que los ruidos de la pólvora son muy fuertes y como no son dentro de un ambiente natural, afectan fuertemente a los animales: “son ruidos introducidos, eso les genera aumento en catecolaminas, les da estrés y aumenta su frecuencia cardiaca y respiratoria”.Dice que estas fechas recibe muchos pacientes en shock que, en muchos casos, no se pueden controlar y mueren.

“Como es tan fuerte y seguido, se pasa de un susto que el organismo es capaz de regular, al sufrimiento”. En perros y gatos hay control con gotas y otros elementos médicos, pero la fauna silvestre, que no tiene asistencia médica, se afecta de manera fuerte. Muchas aves mueren en la huida impactadas por las explosiones, advierte Yáder.

En contraste, la pólvora se sigue produciendo y vendiendo. La alborada es una oportunidad de negocio que no se desaprovecha, mientras en los hospitales se aloja el dolor de los quemados en esa noche de “bienvenida” a la Navidad.

 

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