La desaparición de las abejas, amenazadas por los venenos químicos puede producir una catástrofe ambiental. Así están las cosas.
“Si la abeja desapareciera de la superficie de la Tierra, entonces el hombre sólo tendría cuatro años de vida. Sin abejas, no hay polinización, ni plantas, ni animales, tampoco humanos”, dijo alguna vez Albert Einstein, una premonición que hoy parece volverse realidad cuando nos enfrentamos a una mortandad mundial de abejas. El peligro es porque ellas son las encargadas de polinizar las plantas es decir de su fecundación, un requisito fundamental para que las especies florales se multipliquen y los cultivos frutales se desarrollen. Entonces, si no hay plantas no hay alimento para los animales y en consecuencia, tampoco para los hombres. Pero Monsanto parece tener la solución: un robot que reemplazaría la labor de la abejas..
Estos insectos le prestan un servicio gratuito al planeta que en cifras equivale a 153 millones de euros anuales. El 84% de los cultivos y el 80% de las flores dependen de la polinización que hacen las abejas, por eso cuando en 2006 los apicultores empezaron a notar el fenómeno encendieron las alarmas. En ese entonces el problema parecía inofensivo pero hoy cuando las cifras demuestran que sólo en un año (2012) se redujo el 50% de la población de estos insectos en Estados Unidos, la situación resulta angustiante y más escalofriante aún cuando se sabe que la empresa Monsanto se encuentra detrás de las causas de su extinción y ahora también de la su posible solución.
A lo largo de la historia, las abejas han evolucionado genéticamente para poder sobrevivir a intensos períodos de calor así como de gélido frío, pues su instinto de supervivencia las ha obligado a almacenar reservas para épocas de escasez y protegerlas de los feroces depredadores. Ellas han sobrevivido al ataque de los reptiles, dinosaurios y hasta del temible el oso de la cavernas. Pero hoy después de tantas luchas, parece que no podrán escaparse de las garras de Monsanto, un enemigo silencioso que las ha atacado durante veinte años.
Adiós a la miel, al néctar y al propóleo, esos placeres nutricionales sólo existirán en las bibliotecas pues incluso así la sentencia de Einstein no se cumpla, esta especie ya tiene sus días contados porque Monsanto necesitan vía libre para introducir su último invento: un “animal” controlado por el hombre y sin peligro de extinción. Pequeñas voladoras de titanio y plástico que harán el trabajo durante millones exclusivo de las obreras.
Hay muchas teorías en torno a la muerte masiva de las abejas sin embargo, todas tienen la misma raíz, el abuso de pesticidas en los cultivos. En 2010, Monsanto sembró 48 millones de hectáreas de cultivos genéticamente modificados en 29 países, la mayoría de ellos de soya, algodón y maíz, cultivos que fueron regados con sustancias químicas agresivas con el ecosistema llamadas Neonicotinoides.
Los científicos lo han llamado Trastorno del Colapso de las Colonias y en principio se le atribuyó a múltiples razones; el aumento de la emisión de ondas electromagnéticas de teléfonos y antenas móviles, al cambio climático generador del deterioro de los hábitats e incluso a parásitos. Pero recientemente se encontró que el principal responsables es el Neonicotinoide, un pesticida utilizado en la agricultura industrial que hoy cubren más de 142 millones de hectáreas de maíz, trigo y soya en Estados Unidos.
Desde mediados de los años 90, Monsanto se encuentra manipulando genéticamente las semillas y contaminando el néctar y el polen de las plantas debido a la alta toxicidad de los pesticidas y herbicidas que ellos mismos fabrican y utilizan en sus cultivos. Estas sustancias además de intoxicar el ecosistema han sido las principales causantes de la desorientación de las abejas pues al ingerir el polen contaminado se confunden, no pueden regresar a sus colmenas y terminan muriendo en el camino.
No es coincidencia que ahora Monsanto se vea involucrado en esta situación. Su historia en problemas ambientales tienen una largo camino.
La transnacional participó en la creación de la primera bomba atómica durante la Segunda Guerra Mundial y manejó una planta nuclear en los años 80 para el gobierno estadunidense. En la guerra de Vietnam fue una de las compañías en entregarle al gobierno de Estados Unidos el Agente Naranja -un herbicida utilizado por los militares como parte del programa de Guerra química- con el que murieron 400 mil personas y medio millón de bebés nacieron con defectos físicos y mentales.
De acuerdo a lo anterior, se deduce la relación de años que tiene Monsanto con el gobierno de los Estados Unidos y por eso no resulta extraño que al reconocido naturalista Terrance Ingram quien durante más de 15 años investigó los efectos del Roundup -el rentable herbicida con el que esta empresa rosea sus cultivos para volverlos resistentes a las plagas-, se le fueran incautadas las abejas con las que adelantaba un estudio que pretendía revelar las causas de la resistencia de las abejas a este químico. Los insectos se los arrabató el Departamento de Agricultura de Illinois sin orden judicial en Mayo de 2013. Las razones que le dieron fueron que las abejas sufrían una enfermedad llamada “loque americana”, sin embargo Terrance no tuvo la oportunidad de demostrar lo contrario.
Como si fuera poco, en 1944 Monsanto creó un pesticida llamado DDT que durante la Convención de Estocolmo en 2004 se prohibió en Hungría, Noruega, Suecia y Estados Unidos al demostrarse que éste se acumulaba en tejidos grasos y en la leche, causando daños irreparables en los riñones e hígado. Y en septiembre de 2011, para quitarse piedras del camino, compró la empresa Beeologics dedicada a la protección de las abejas y a investigar las causas de su desaparición cuyo agente anti-viral llamado Remembee buscaba combatir el Desorden del Colapso de Colonias.
Hasta hace poco las abejas eran los únicas que podían trasladar el polen de una planta a otra. Hoy la versión robotizada de Monsanto también podrá hacer la tarea y además ser utilizada para fines militares. Al parecer la idea de crear abejas robóticas surgió en 2009 por un grupo de científicos de la universidad de Harvard quienes no sólo buscaron replicar el comportamiento individual de los animales sino también el de cada enjambre. Cómo muchos, éste proyecto fue apropiado sagazmente por Monsanto con el fin de buscarle “una solución anticipada” a la debacle alimenticia que recientemente muchos han empezado a rumorar.
Por ahora los panales seguirán apareciendo súbitamente vacíos, los apicultores lanzando hipótesis al aire sobre la muerte de sus animales y Monsanto esperando el momento en que caiga la última abeja para poner a volar a sus robots.
Estamos a poco de vivir en el mundo de Blade Runner, el de los replicantes, donde la gente es más humana que los humanos, seres más resistente y carentes de empatía.