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Yo no me subo a una lancha amarilla y me lanzo al público. Angel Molina

Yo no me subo a una lancha amarilla y me lanzo al público. Angel Molina

Hubo una época en la que tuvimos que explicar qué era un disc-jockey, y remarcar la idea de que su trabajo no era simple mecánica -seleccionar y mezclar discos-, sino una expresión artística: de la mezcla surgía algo nuevo, del mismo modo en que un cuadro brota de la combinación inteligente de formas y colores. Decía DJ Spooky aquello de «dame dos discos y crearé un universo», y Ángel Molina podría hacer suya esta frase. Ángel es un DJ metódico, exigente, enemigo de lo comercial, que desde hace más de dos décadas se toma su trabajo como una mezcla de erudición -le interesa el techno, el ruido, la oscuridad y el pop de los años 80-, artesanía, precisión técnica, despliegue de energía y viaje mental. Shiva, el dios hindú, se define a sí mismo como el destructor de mundos. Molina, el ángel oscuro, los construye.

 

 

¿Cuántos años llevas como DJ?
Este año cumplo 25 como profesional. Siempre remarco esto: en el año 91 fue cuando cobré por primera vez.
En aquella época, la música electrónica no estaba de moda. ¿Cómo fue adentrarse en esa senda?
No teníamos precedentes, éramos prácticamente vírgenes. No sabíamos cómo iba este trabajo. No había una tradición para compararse. Pero alguien tenía que abrir camino.
¿Sientes hoy la misma inseguridad que entonces?
Es diferente. Antes tenías que convencer a tus padres de que esto podía tener salida. La verdad es que no lo sabíamos. Hoy el problema es que el mercado premia lo fácil, lo que rinde a corto plazo.
¿Te preocupa que la gente perciba hoy el trabajo del DJ como una forma más de pop? Hasta Paquirrín dice que es DJ.
Claro que me preocupa. Cuando algo se populariza llega a un sector de público muy maleable, que no tiene mucha idea. Llegar a la masa tiene cosas buenas; democratizar la escena no es malo, pero por el camino se pierde la esencia. Hay que elegir. Las minorías nunca hemos conseguido que algo sea popular.
¿Cómo explicas lo que haces?
Prefiero no explicar lo que hago, sino lo que no hago. Por ejemplo, yo no soy un showman. Yo no me subo a una lancha amarilla y me lanzo al público. Desde hace unos años, tengo que insistir en ideas así.
Evidentemente, pinchar bien es difícil. Tú respondes al tipo de DJ sobrio, casi estático, siempre concentrado frente a los platos.
Necesito dar esa imagen para trabajar bien. Necesito mucha concentración, porque con cada sesión aspiro a la excelencia.
¿Sueles estar satisfecho con los resultados? Tienes fama de no fallar nunca una mezcla.
Me equivoco mucho, siempre me quejo de mis mezclas. Esta profesión no es fácil:cada noche te lo tienes que currar y superarte. Preparar una sesión para mí es un drama, me es imposible acomodarme.
¿Es por eso por lo que el público nunca sabe lo que vas a hacer? Se te encasilló en el techno, pero haces sesiones muy distintas y radicales.
Jugar con el factor sorpresa también es una forma de esclavitud. Si un día toca pinchar techno, igual hay gente que se va a decepcionar porque esperaba algo más arriesgado. Hagas lo que hagas, el público te acaba encasillando.
¿Te sorprende haber llegado tan lejos? 47 años y aún aquí.
Me considero una feliz anomalía. Para ser DJ tienes que saber qué clase de vida es ésta:que lo vas a pasar mal, que vas a tener problemas de insomnio, que tus relaciones de pareja se van a resentir. Si no encajas con esto, mejor déjalo.
¿Sufres efectos secundarios?
Estar muchas horas de pie afecta. Subirte a muchos aviones daña al oído. No sé cómo los subgraves afectarán a mis vísceras. Hace poco tuve problemas de salud, y alguna vez he sentido náuseas al pinchar.
Entonces, ¿tienes plan B para cuando te retires?
No, porque todavía no pienso en retirarme. Suelo ser muy previsor y ordenado en mi vida, pero quisiera seguir muchos años más. Me preocupa el día después, pero no me traumatiza.
¿Qué te atrae de la oscuridad?
Lo negro te da libertad. Al moverte en la oscuridad, no compites contra la masa. Me asustan las masas, me alejo de ellas. La noche me gusta porque hay menos gente.

Fuente: http://www.elmundo.es/